Traumas, heridas emocionales

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“Las impresiones dejadas precozmente en el corazón se ven en los años siguientes. Quizá queden ser sepultadas, pero rara vez son raídas” (Manuscrito 57, 1897 – Conducción del Niño, pág. 178).

¿Será verdad que los eventos que pasen en la edad en donde no hay conciencia, es decir en los primeros años de vida, incluyendo la etapa prenatal, son determinantes?

Crecí en la ciudad de Chimbote, una ciudad en donde la tierra tiembla con temblores muy fuertes. Pero fue el domingo 31 de mayo de 1970, una fecha muy recordada por todos mis paisanos, porque aconteció el terremoto más destructor de la historia del Perú. Fueron 45 segundos de movimiento y muchos días de terror, en donde mis padres fueron testigos de fuertes escenas de muerte y dolor. La tierra se abría ante sus pasos, salía agua de esas grietas hasta la altura de una persona, y parecía que el final había llegado. Solo en mi ciudad y alrededores, murieron 2800 personas, pero el total de víctimas fue de 70 mil personas y más de 20 mil desaparecidos. Solo al mirar estas cifras, nos impactan.

Mi padre relata que se encontraba con mamá y cogidos de la mano caminaban de un lado a otro, ella se encontraba embarazada de casi siete meses de gestación. El miedo que sintió ella es incomparable, la muerte reinaba en todos lados, las innumerables réplicas hacían que esos días y horas parecieran interminables.

Pero no solo quedó mi madre con esos recuerdos, también el ser que estaba en el vientre, traería en sí, el miedo y el temor profundo a todo movimiento telúrico.
Mi hermano fue creciendo y era un especialista detectando los temblores, era uno de los que más sentía temor en un temblor, eso no cambió hasta la fecha. Mi madre en su forma de decir, siempre aludía, él se asustó en el terremoto.

Yo nací dos años después, y conmigo ocurrió lo contrario, un simple temblor no me asusta. Ya estuve en mi vida en dos terremotos, y no me desesperé. ¿Por qué? Porque observaba a mi padre, cuando ocurría un temblor fuerte, no reaccionaba y se ponía a silbar y decía, ya va a pasar. No salía de la casa, ya sabía lo que era un terremoto. Entonces, fui asimilando y mi reacción es así de serena.

Cuando estuve en Pisco, horas después del terremoto, y experimentar las réplicas, y mirar todo lo que pasó, el sacar los cadáveres de los que fueron sepultados, mirar las personas golpeadas y desfiguradas sus rostros, mirar a los niños huérfanos, me hizo acordar la historia que vivieron ellos, y con lágrimas en los ojos avanzaba liderando a los “GEA” (Grupo Especial de Apoyo), en ese tiempo era Director de Jóvenes de la APC Sur, nos quedamos cerca de dos meses ayudando a la hermandad y comunidad. No le recomiendo a nadie vivir esa experiencia, marca la vida.

Sin embargo, viene de nuevo la pregunta:

 

 

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